Bajaron de un autobús. Dos hombres
me tomaron del brazo. Grité. Callé. No tuve oportunidad: me quedé como si
estuviera caminando para atrás, pues los dos hombres me tiraban de los brazos;
yo solo me arrastraba. Intenté cerrar los ojos. Quizá haciéndolo,
el tiempo podría pasar más rápido. Pero no pude. Mis ojos se mantuvieron
abiertos. Se quedaron con la imagen de una profunda calle desapareciendo,
mientras mi cuerpo se dirigía a un lugar, que con mi vista, no podía
identificar.
Sentía mi cuerpo levitar, hasta que, de pronto, caí en un pétreo
piso, metalizado. Quejumbrosamente, traté de pararme, mientras el suelo se
movía.
No lograba ver, pero sí oía gemidos y gritos. Intentaba comprender esto, mas los recuerdos de mis acciones estaban difusos. Sabía que este piso correspondía a un autobús, tal vez policial, y que el movimiento era la consecuencia en tanto nos dirigiéramos a un lugar. ¿La razón? No la descifraba.
No lograba ver, pero sí oía gemidos y gritos. Intentaba comprender esto, mas los recuerdos de mis acciones estaban difusos. Sabía que este piso correspondía a un autobús, tal vez policial, y que el movimiento era la consecuencia en tanto nos dirigiéramos a un lugar. ¿La razón? No la descifraba.
Nuevamente, dos hombres exclamaron que saliera –“¡sal de ahí... ven
con nosotros!”-. Entre mi arrobamiento, me costaba reaccionar frente a un
estímulo. Como no res